Sabía de las intenciones de Jauja de llevar al cuñado a tirarse por el Barranc y como además ya se lo había insinuado cuando salimos por la Comuna hace poco parecía que los intereses convergían en esa dirección. Pero la ruta que había pensado para ello, un paseo por los Binis, me parecía excesiva. Mucha subida inicial, tramo largo de pateo, carretera en ascenso, todo ello para llegar al plato fuerte del día, la última bajada. Por eso, y más después de conocerlo y ver la bici que monta el cuñado, les propuse una modificación de la ruta que consistía en ir directamente al Barranc para realizar después otra bajada por el Camí vell de Bàlitx, con la subida entre ambas por la Costa d'en Nicó, naturalmente. Podría ser incluso más corta y con menos desnivel que la suya pero se podrían saborear dos bajadas muy buenas en la misma jornada. Les pareció bien excepto en el pequeño detalle de que no conocían este segundo itinerario y por ello le preparé un dossier de información para salir del paso aunque esperaba que no hiciera falta porque le tenía ganas a la salida pero no podía confirmar mi asistencia hasta última hora.
Todo ha venido de cara y hacia Sóller que me he ido esta mañana. Esta solitaria mañana, diría yo, no había ni dios por la calle, y menos en el pueblo. Donde normalmente está lleno de coches aparcados hoy estaba vacío y eso que habíamos quedado a las nueve. Hemos perdido un poco el tiempo cruzando el pueblo entre saludos a familiares, pillar agua o contar batallitas pasadas, pero tampoco era cuestión de empezar con bravatas, que la cosa iba para largo, llegar hasta la boca del túnel de Monnàber puede parecer una tarea hercúlea para quién no está acostumbrado a subidas tan prolongadas, y Juan no lo está. Sólo de pensar que yo tuviera que subir pedaleando encima de esa bici, sin calas, hasta arriba, me dan calambres. Pero ya digo, sin apenas descansos ni paradas nos hemos presentado en la barrera de la última posesión y hemos empezado a subir por la zigzagueante pista por el interior del bosque.
No me acordaba exactamente por donde tomamos el desvío para no pasar por delante de las casas pero Jose sí y no tuvimos mayor problema para seguirlo excepto que a medida que avanzas más se van empinando las rampas, y son unas cuantas las que hay que superar antes de empezar a bajar para empalmar con la carretera, un poco más allá de la curva donde se encontraba el antiguo hotel a medio construir, cerca de la fuente, pero ya no queda mucho para llegar a la boca del túnel.
Tras sobrepasarlo ya solamente nos quedaría un poco de llaneo-paseo hasta los pies del coll de l'Ofre donde vamos a averiguar si somos capaces de remontar la trialera montados. Esta vez costó más de la cuenta hacer siquiera la primera parte, la más accesible, ya que el último tramo suele frenar a muchos. Juan subió por la pista sin tener que patear.
Comí algo arriba parando solo el tiempo suficiente para no quedar pajarito y aunque el tiempo no era desapacible del todo el viento racheado no ayudaba a la relajación. Ahí supe que hora era, la una, y ya vi que, al menos para mí, la ruta acabaría al llegar abajo. Ellos si quisieran podrían seguir y hacer la segunda bajada, pero yo no. Ya me vendría muy justo llegar a la hora que había convenido.
Y empezamos la bajada. Yo con muchas precauciones al inicio respecto al estado del piso que se me disiparon casi al instante, mojado pero sin ningún problema, lo contrario de Jose que bajaba muy precavido y a ratos andando, la bici no daba para más. Mientras, el cuñado hacía un poco de turismo fotográfico y comenzaba a intuir lo que le esperaba por delante. Hubo algunas reagrupaciones, en el Salt des Cans, en el desvío del camí vell pero a partir de ahí cada uno bajó como buenamente pudo. Yo por mi parte intentando encontrar la trazada adecuada en cada curva y solamente a mitad de bajada me acordé de que no me dolía la mano como la otra vez lo que fue un plus de motivación.
Solamente me pude despedir de Juan en Biniaraix y sin saber exactamente cómo proseguiría la ruta. Después supe que Jose tardaría aún bastante en llegar y prefirieron tomarse las cosas con calma. La otra bajada propuesta era muy parecida a la primera y en esas condiciones era más un castigo que un regalo. Mientras ellos decidían yo ya volvía por la carretera camino a casa con una sonrisa de lado a lado recordando cómo había ido todo. La misma que se me pone en estos momentos al revivirlo.
Todo ha venido de cara y hacia Sóller que me he ido esta mañana. Esta solitaria mañana, diría yo, no había ni dios por la calle, y menos en el pueblo. Donde normalmente está lleno de coches aparcados hoy estaba vacío y eso que habíamos quedado a las nueve. Hemos perdido un poco el tiempo cruzando el pueblo entre saludos a familiares, pillar agua o contar batallitas pasadas, pero tampoco era cuestión de empezar con bravatas, que la cosa iba para largo, llegar hasta la boca del túnel de Monnàber puede parecer una tarea hercúlea para quién no está acostumbrado a subidas tan prolongadas, y Juan no lo está. Sólo de pensar que yo tuviera que subir pedaleando encima de esa bici, sin calas, hasta arriba, me dan calambres. Pero ya digo, sin apenas descansos ni paradas nos hemos presentado en la barrera de la última posesión y hemos empezado a subir por la zigzagueante pista por el interior del bosque.
No me acordaba exactamente por donde tomamos el desvío para no pasar por delante de las casas pero Jose sí y no tuvimos mayor problema para seguirlo excepto que a medida que avanzas más se van empinando las rampas, y son unas cuantas las que hay que superar antes de empezar a bajar para empalmar con la carretera, un poco más allá de la curva donde se encontraba el antiguo hotel a medio construir, cerca de la fuente, pero ya no queda mucho para llegar a la boca del túnel.
Tras sobrepasarlo ya solamente nos quedaría un poco de llaneo-paseo hasta los pies del coll de l'Ofre donde vamos a averiguar si somos capaces de remontar la trialera montados. Esta vez costó más de la cuenta hacer siquiera la primera parte, la más accesible, ya que el último tramo suele frenar a muchos. Juan subió por la pista sin tener que patear.
Comí algo arriba parando solo el tiempo suficiente para no quedar pajarito y aunque el tiempo no era desapacible del todo el viento racheado no ayudaba a la relajación. Ahí supe que hora era, la una, y ya vi que, al menos para mí, la ruta acabaría al llegar abajo. Ellos si quisieran podrían seguir y hacer la segunda bajada, pero yo no. Ya me vendría muy justo llegar a la hora que había convenido.
Y empezamos la bajada. Yo con muchas precauciones al inicio respecto al estado del piso que se me disiparon casi al instante, mojado pero sin ningún problema, lo contrario de Jose que bajaba muy precavido y a ratos andando, la bici no daba para más. Mientras, el cuñado hacía un poco de turismo fotográfico y comenzaba a intuir lo que le esperaba por delante. Hubo algunas reagrupaciones, en el Salt des Cans, en el desvío del camí vell pero a partir de ahí cada uno bajó como buenamente pudo. Yo por mi parte intentando encontrar la trazada adecuada en cada curva y solamente a mitad de bajada me acordé de que no me dolía la mano como la otra vez lo que fue un plus de motivación.
Solamente me pude despedir de Juan en Biniaraix y sin saber exactamente cómo proseguiría la ruta. Después supe que Jose tardaría aún bastante en llegar y prefirieron tomarse las cosas con calma. La otra bajada propuesta era muy parecida a la primera y en esas condiciones era más un castigo que un regalo. Mientras ellos decidían yo ya volvía por la carretera camino a casa con una sonrisa de lado a lado recordando cómo había ido todo. La misma que se me pone en estos momentos al revivirlo.